sábado, 28 de marzo de 2009

LA MALA CONCIENCIA

Como ráfagas en el tiempo, se presenta la reiteración de hechos curiosos. Un gran escándalo ha suscitado la minimización, sino la negación, por parte de un obispo cismático católico, del Holocausto del pueblo judío. Más que un crimen, luce aun como una necedad de mente estólida, el desconocimiento de un hecho absolutamente documentado. Sin obviar el sesgo ideológico con el cual ha sido manipulado el genocidio del pueblo hebreo para provecho, propaganda y difusión de intereses de poder, nadie en su sano juicio, niega el horrendo acontecimiento histórico. Sin olvidarlo, es preciso también traer a la memoria las otras tragedias, que por su naturaleza políticamente incorrecta, tienden a soslayarse.

Más de quinientos años han transcurrido desde el nacimiento de Fray Bartolomé de las Casas, el fraile que documentó y denunció el genocidio de miles de miles de aborígenes americanos en manos de los conquistadores ibéricos. Hasta el gran humanista Menéndez Pidal, cegado por su raigambre española, negó y descalificó el trabajo del acongojado religioso. Algunos estudios serios, tal como lo indicara el Dr. Ignacio Burk, ubican la matanza en más de veinte millones de seres humanos. Y en nuestra era, además del inicialmente mencionado crimen nazi, están los gulag de la Rusia de Stalin, la masacre argelina del colonialismo francés, el genocidio siempre negado de los armenios, la cruenta lucha del Vietnam contra los intereses norteamericanos en la guerra fría, la “limpieza étnica” de las Balcanes, los asesinatos en masa de Burundi, la represión de los campos de refugiados palestinos. La lista puede continuar, pero para no ser redundantes baste reconocer que la vindicta pública no los trata con igual protagonismo. Parece ser que hay muertos que duelen y se recuerdan más que otros. Es preciso no olvidar que hay en este momento conflictos en plena efervescencia, otros latentes y algunos larvados que pudieran convertirse en guerras civiles que procrearían los genocidios del siglo XXI. Y retomando la pregunta que Christian Delacampagne se hacía: ¿Por qué?, y el mismo se respondía: “Porque todo Estado (incluso el Estado democrático) puede convertirse en criminal. Porque el Estado, cuando se vuelve criminal, de golpe, por la amplitud de los instrumentos tecnológicos y burocráticos con los que cuenta, se vuelve el más peligroso de los criminales”. Es por eso, que la mala conciencia histórica ahuyenta las necesarias acciones para evitar la ocurrencia y en ultima instancia, la demostración y evidencia de la muerte en masa. Cuando el disimulo y la negación de los hechos se convierte en un asunto de Estado, se hace necesario reescribir la historia, ajustarla a la particular, interesada y poderosa visión del poder dominante.

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