viernes, 8 de mayo de 2009

LA MUERTE DE UN CAMINO

Cada uno tiene sus argumentos. Cada uno ve el mundo en general y el país en particular de acuerdo al tamiz con el cual se filtren sus ideas. Esto no tendría una mayor importancia si solo se tratara de un debate académico, político o filosófico. Este tipo de discusiones siempre se daban en los foros públicos de la antigüedad, en las cámaras de los parlamentos o en los auditorios o aulas de clase; mientras el mundo discurría más o menos sin sobresaltos. El macabro hecho fenomenológico de hoy es que en una debacle económica, con acciones guerreristas evidentes y ocultas, con la nueva versión del holocausto consuetudinario de seres pobres indefensos en barriadas y urbanizaciones, con retaliaciones y cada vez más frecuentes comportamientos intolerantes y excluyentes; los argumentos y diferencias no son semánticas ni de óptica perspectivista. Ya la barbarie y el crimen no son noticia. Es que el mundo cotidiano discurre y es el mundo de la “banalidad del mal” de Hannah Arendt. Es el lugar y el tiempo donde ya no sorprende ni causa estupor ninguna atrocidad. Es solo cuestión de estadísticas o recursos matemáticos sospechosos.

Estamos en el momento en que lo difícil de manejar no es el evidente estado de la situación de catástrofe que unos y otros sienten y padecen, independientemente de las causas a las cuales atribuyan su origen. Lo realmente difícil de soportar con relación a los usurpadores y manipuladores de voluntades y mandos, es que su ejemplo es una tentación permanente, dado el estado de impunidad en el que actúan. Tal como sostiene Lasch, “la indiferencia es una amenaza mas grave que la intolerancia o la superstición”. El reto está en deslastrarse de las visiones golosas del poder, y saber que ese camino tiene un solo y autodestructivo final.

La lucha contra el despotismo no puede ser la expresión y ejecución de una venganza. Se convertiría esta gesta en la defensa y consumación de una nueva opresión. Es preciso no olvidar, pero sin vindicta retaliativa y sí con afanes de decencia. Nuestras medidas como rasero y para justipreciar la vida propia y la social no pueden fundamentarse en beneficio y promoción del latrocinio y el abuso del otro. Es la justicia, la armonía y la tolerancia el norte a ser buscado y encontrado. La desesperanza es un camino fácil para la indolencia, pero es errado y nefasto. Lo útil de la conciencia de la opresión es que nunca permite caer en las fauces del abandono. La lucha es continua y dura, pero es el único camino de la esperanza en un mundo y país mejor. El mayor triunfo de los criminales, de los abusadores y de los sátrapas es que terminemos pareciéndonos y comportándonos como ellos. No permitamos que se repita el presagio del poeta cumanés Andrés Eloy Blanco cuando decía: “no hay que llorar la muerte de un viajero, hay que llorar la muerte de un camino”.