martes, 3 de mayo de 2011

CUANDO LA MORAL ME SABE A CHOCOLATE

No quisiera convertir un hecho previsible en toda una manipulación edulcorada de llantos de viejas trasnochadas. La muerte del Jeque árabe Osama Bin Laden marca el final de “crónica de una muerte anunciada”. Incluso, según notas de prensa, la “victima” dejó instrucciones grabadas para la venganza. Pero en todo caso, la parte anecdótica y el barrunto de los intereses geopolíticos en juego no es el tema que se desea abordar en esta página. Se trata de hacer referencia a las implicaciones axiológicas del drama en cuestión.

No se obvia la culpabilidad o responsabilidad del muerto en todos los hechos de su autoría que produjeron innumerables victimas, la mayoría de ellas inocentes. Pero sería poco serio olvidar las bajas producidas como “daños colaterales” por la respuesta que los EEUU también ha producido en la población civil y no beligerante en países como Afganistán e Irak. En ambos extremos, independientemente de las argumentaciones, hay una acción criminal. Lo que no deja de causar escalofríos es que el máximo dirigente de la potencia mundial declare que autorizó la operación de “limpieza”, retaliación o el nombre que quiera dársele. El punto a resaltar es que un país que se jacta de unas instituciones democráticas y en donde la justicia y los derechos de los individuos son sus capitales más preciados y exportables, ha decidido la ejecución sumaria de un ciudadano extranjero sin formula de juicio.

Es aquí donde se evidencia la inconsistencia discursiva y el mamotreto ideológico que se usa en todas las instancias de poder. Esta incoherencia no es ni nueva ni accidental. Es precisamente la tragedia que acompaña a los intereses de dominación en cualquiera de sus versiones y en cualquier lugar del mundo. Incluso, a la ejecución sumaria se adiciona el rápido desprendimiento del cuerpo para evitar sitios de peregrinación de los acólitos y la conversión en la reliquia presente de un mártir. Es mucho más rentable, desde el punto de vista militar y político, el costo de una acción incongruente frente al costo del sometimiento a la acción institucional. Es este el asunto, lo demás es simple discurso hueco.

¿Qué diferencia hay en la celebración y jubilo manifestado en el New York por la muerte de Bin Laden el 1 de mayo de 2011 y las celebraciones por la caída de las Torres Gemelas ocurridas en las capitales de varios países islámicos aquel fatídico día de septiembre del 2001?. En ambas se celebraba la muerte. Algunos argumentaran que son dos cosas diferentes. Pero lo diferente son los argumentos de las matanzas. A fin de cuentas, el resultado es la desaparición de seres semejantes a cada uno de nosotros. Y llegamos a la conclusión que las artificiales diferencias de religión, política o cultura establecen quien debe morir, sin importar el derecho y el respeto que tanto se predica pero que siempre se mancilla, por causa de unos ideales tan “nobles” como para asesinar por ellos.