martes, 29 de junio de 2010

DERROTEROS EDUCATIVOS

A Lisbeth Anzola, por su preocupación sincera.

¿Ha formado la educación venezolana ciudadanos con capacidad crítica o independencia intelectual? ¿Se ha desarrollado una masa profesional altamente ilustrada para enfrentar los desafíos morales, culturales, económicos y sociales que el país propone? ¿Se ha nutrido un espíritu emprendedor y autónomo capaz de crear riqueza, no solo material sino también, y con más urgencia, en el ámbito general de la cultura?

Estas preguntas, que en primera instancia pudiesen lucir capciosas, tienen el fundamento de lo que cómo país somos y seremos en el corto y largo plazo. Separando los “serios” cuestionamientos ideológicos que se puedan argüir como centro de las críticas sobre el origen, fundamento, discurso o relato de los planteamientos precedentes, intentar una respuesta es una ineludible necesidad. Los que se pierden en los nebulosos senderos de la abstracción han tenido tiempo y recursos suficientes para el aporte. Sin pretender pontificar sobre la bíblica sentencia de conocer los resultados por los frutos producidos, es evidente que algo no ha funcionado en el sistema pasado y presente.

En los abordajes actuales, con los que se pretenden cambios substanciales no dejan sus creadores de tener características elocuentes de “aprendices de brujo”. La carencia de disciplina cognitiva, la ausencia de métodos de evaluación idóneos, sesgos interesados en dogmatizaciones antieducativas, pobreza de contenidos programáticos, mutilación de las posibilidades de investigación y desarrollo nuevas estrategias son algunos de los puntos que se muestran en esta desproporcionada aventura. Y es irresponsable aventura la que compromete el futuro inmediato de las generaciones que se están formando.

El fracaso de un modelo no se combate “tirando piedras” a discreción. Es una tarea con mucho de Sísifo y de Prometeo, en una acción nacional que tome en consideración recursos, potencialidades y posibilidades materiales y humanas. Todo ello con un norte claro de apertura de oportunidades para todos.

Sería ingenuo pretender negar el carácter ideológico de la educación, de su instrumentalización como punta de lanza de cualquier Gobierno en ejercicio de su hegemonía. Pero no se trata de deslastrarlo de sus rémoras consustanciales y naturales en cualquier escenario donde se desenvuelva. El asunto fundamental es cuando ni siquiera tiende a formar un determinado tipo de ciudadano y se limita a la “fabricación” de minusválidos intelectuales, recitadores de consignas y potenciales fracasados en las tareas para las cuales no ha sido medianamente preparados. En esta dirección se crean posibles resentidos sociales que mas temprano que tarde encenderán la mecha de un polvorín social