sábado, 19 de mayo de 2018


LA PERSISTENCIA DEL ABSURDO

La historia universal refleja, como constante trágica, el empeño de construir utopías que indefectiblemente han conducido a la tragedia y al asesinato en masa. Decía Heráclito: “todo fluye, todo cambia, nada permanece”. Poco o ningún caso se le ha hecho a esta máxima del insigne presocrático. El absurdo empeño de identificar una verdad única, que luego se convierte en un dogma negador de la natural pluralidad humana, ha sido una nefasta presencia que se niega a desaparecer y en un “eterno retorno”, cobra victimas bajo el cobijo de ideologías políticas, mensajes religiosos y sectas de todo pelo. La aceptación de ese liberador fluir heraclitiano pasa por deslastrarse de ser servidumbres ideológicas que enceguecen y nublan la necesaria claridad para aceptar las incongruencias e irracionalidades en el comportamiento humano.
No deja de ser paradójico que la nobleza de ideales como la justicia, la igualdad, la democratización del poder, la búsqueda de la felicidad sean los motores que justifican la mayoría de estas luchas y construcciones ideológicas. El riesgo o hecho consumado, es que se convierten en instrumentos cuasi religiosos de leyes inamovibles con la consecuente generación herejes, contras, perseguidos, culpables “objetivos”, opositores y “gusanos” que son sacrificados por negarse a aceptar la “verdad revelada”. El convencimiento de la existencia de verdades absolutas en lo político y en lo social conducen al totalitarismo y la tiranía. Esto no es, para nada y por nada, un aforismo gratuito. En pleno siglo XXI somos testigos de excepción de la reedición de una idea esclerotizada y anacrónica de la búsqueda del viejo y decimonónico “hombre nuevo” y de la “sociedad perfecta” que ha convertido a millones de seres humanos en simples y famélicos autómatas esperando una eventual limosna o caja de comida. Esto sin contar con el costo atroz de vidas humanas sacrificadas en las bárbaras y espeluznantes represiones ante la indiferente mirada del resto del mundo


¿VIRTUAL O REAL? O QUE ALGUIEN ME DESCONECTE

Algunos físicos, cosmólogos y otros científicos no tienen problema hoy en día en contemplar la posibilidad de que todos estemos viviendo dentro de una simulación computarizada gigante, como en la famosa película de finales de los años 90, The Matrix. Nos rebelamos por instinto ante esa idea, por supuesto. Todo se siente demasiado real como para ser una simulación. Pero pienso por un momento en el extraordinario progreso que ha habido en computación y tecnologías de la información en décadas recientes. Las computadoras nos han dado juegos de increíble realismo, así como simuladores de realidad virtual muy persuasivos. Es más que suficientemente para ponerse paranoico.
Parece ser que hay pueblos con vocación suicida o programadores de videojuegos tan trastornados que son capaces de crear una realidad virtual tan profundamente enferma en donde: Un presidente cuyo venezolanidad de nacimiento es dudosa. Una Asamblea Nacional mayoritariamente electa y permanentemente ignorada y maniatada de manera irrita, por un TSJ a la orden del ejecutivo y cuyos integrantes son los de menor rango académico y sapiencia jurídica desde la instauración de la institución. Presos políticos olvidados, torturados y enfermos sin ninguna acción política efectiva para su liberación, una economía de postguerra perdida con los más bajos índices de productividad en más de 100 años. La inflación más grande del planeta, unas fuerzas armadas desplegadas para amedrentar y crear zozobra en los ciudadanos comunes. La oposición dividida en parcelas individuales cuadrando posiciones para unas irritas, desconocidas y rechazadas elecciones presidenciales cuya realidad luce remota sujeta a un árbitro electoral subalterno rastrero del poder político. Los mayores niveles de hambre, miseria y desabastecimiento sólo comparables a las de la época de la Guerra Federal durante el siglo XIX. La mayor crisis humanitaria por carencia de medicinas en la historia de la nación, con enfermedades reincidiendo cuando ya históricamente se consideraban erradicadas, donde niños con cáncer han salido a protestar por la inexistencia de fármacos. La recaudación e importación clandestina de comida y suministros médicos, por la negativa del gobierno para aceptar su incapacidad manifiesta; o, en el peor de los casos, una negligencia criminal para controlar mediante el hambre a una sociedad famélica. La legalización de bandas armadas de choque para actuar contra la población civil e indefensa, al estilo de las camisas pardas de Fascismo italiano y de las camisas negras del Nazismo alemán. La negación y sabotaje de las salidas constitucionales por parte del presidente, cuyo calamitoso y limitado verbo, solo le permite emitir disparates y slogans memorizados, recibido de sus titiriteros extranjeros. La infiltración de cuerpos de seguridad por agentes externos en el área de defensa, salud, deporte y seguridad interior, con la aquiescencia de los las autoridades nacionales. La represión a sangre y fuego de cualquier tipo de protesta, y la inmediata culpabilización de las víctimas y premiación a los esbirros masacradores,. El mayor número de altos funcionarios encauzados en el exterior y sospechosos de crímenes que van desde el narcotráfico hasta el blanqueo de dinero. Y son muchas miserias y escandalosas razones que harían esta descripción interminablemente terrorífica.  ¿Cómo es posible que haya personas, en el mundo real que crean y defiendan esta bochornosa y criminal pseudo-revolución trágico bufa? Hay momentos donde creo que voy a despertar y verificar que estoy conectado a The Matrix

viernes, 28 de abril de 2017

LA FARSA Y LA TRAGEDIA DE LA HISTORIA

 

“La historia se repite, una vez como tragedia y otra como una farsa” (Carlos Marx)

Uno de los dilemas político-morales que mayor cantidad de tinta ha hecho rodar es el de “El fin justifica; o no justifica, los medios”. Independiente de la posición en la que nos ubiquemos, hay un elemento que genera toda la conflictividad: el ansiado fin.  Siempre, el uso de los medios, de una u otra manera, presupone el logro de un fin. La tragedia es cuando se asume todo un repertorio de violencias, manipulaciones y crímenes y al concluir el día, ni siquiera el fin existe.

Es este el caso de los regímenes neo totalitarios, cuyo acceso al poder se realiza, no por  revueltas violentas, sino a través de medios electorales legales. Son una farsa. Esta forma de asunción del poder no es nueva. Como ya lo sabemos, la elevación de Hitler se produjo en términos de Gobierno de la mayoría. Esta fue, de hecho, “la primera gran revolución de la Historia realizada mediante la aplicación del código formal legal existente en el momento de la conquista del poder”

La culminación no es el logro de una sociedad ideal, un mundo de justicia y prosperidad; la eliminación de la lucha de clases, la superioridad de la raza o cualquiera sea la argamasa ideológica de la cual se revista el proyecto o movimiento. El acceso al poder pasa a ser un mecanismo de dominio permanente sin ningún logro concreto para las masas de fanáticos uniformados por la ira, la desesperación, el resentimiento o; paradójicamente, la indiferencia.

Uno de los dos pecados capitales de las democracias occidentales es que tienden a incrementar la indiferencia de los electores al convertir la representación de los ciudadanos en torneos discursivos sin contenido ni  logros concretos. La no participación de la sociedad civil en decisiones de incidencia directa en su vida ciudadana se inclina a este tipo de tendencias. El otro pecado es que el concepto de tolerancia a todas las corrientes de pensamiento lleva, en algunos casos, a un suicidio político del sistema. Al aceptar dentro de su institucionalidad, partidos antisistema o extremismos disociadores, es cuestión de tiempo que la crisis se genere y se establezcan regímenes de fuerza o totalitarios. Estos encuentran condiciones óptimas en esas masas preteridas o indiferentes, las cuales son atraídas mediante promesas reivindicativas de mesianismos utópicos o de movimientos de evolución y o revolución perpetua.

La irreversibilidad de estas situaciones, donde unos presuntos “iluminados” acceden al poder para quedarse adquiere una fisonomía propia de irracionalidad en donde se aceptan todos los excesos y en algunos casos se soslayan los crímenes.  Es una fanatización de las masas, que la lleva a comportamientos que escapan a cualquier explicación sensata. Tal como lo indica Hannah Arendt:

“El factor inquietante en el éxito del totalitarismo es más bien el verdadero altruismo de sus seguidores: puede ser comprensible que un nazi o un bolchevique (o un chavista, agregaríamos nosotros) no se sientan flaquear en sus convicciones por los delitos contra las personas que no pertenecen al movimiento o que incluso sean hostiles a este; pero el hecho sorprendente es que no es probable que ni uno ni otro se conmuevan cuando el monstruo comienza a devorar a sus propios hijos y ni siquiera si ellos mismos se convierten en víctimas de la persecución, si son acusados y condenados, si son expulsados del partido o enviados a un campo de concentración”

Estas características descartan cualquier salida o alternabilidad electoral o negociada por cuanto no existe una finalidad especifica desde el punto de vista de construcción social o de reivindicación. El poder gira en torno a un hegemón o grupo, de comportamientos gansteriles y sin motivaciones de alternabilidad sino de perpetuación. El costo social y humano deja secuelas cuya sanación puede durar generaciones.

Referencias:

“Los orígenes del totalitarismo” Hannah Arendt. Editorial Taurus.2008.Bogotá.Colombia

jueves, 20 de abril de 2017

SIEMPRE QUEDA LA ESPERANZA

Somos el resultado de nuestros actos. Es evidente que el azar puede afectar nuestro ejercicio vital, pero en última instancia somos nosotros los que decidimos nuestro derrotero. Es común creer, sobre todo cuando nos sobra juventud y nos falta experiencia, que podemos controlar nuestras acciones y minimizar las consecuencias de estas. Muy tarde la vida nos enseña que no es así. Ninguna mala acción  puede dar origen a resultados buenos. Al fin y al cabo, todo hecho es producto del material del cual está constituido. Y si lo que resumamos es mentira, odio, manipulación e infidelidad; el resultado es necesariamente dolor, ira, decepción y soledad. Pero independientemente de las consecuencias, siempre es preciso hacer un alto en el camino, evaluar el estado de la situación y perdonarnos. El perdón incluye el arrepentimiento, el reconocimiento de la mala obra y por supuesto el aprendizaje para evitar la reincidencia. Esto puede traducirse en un simple ejercicio retórico si no hay claridad y transparencia en la voluntad de cambio.


Los caminos para este cambio también enseñan. Muchas mascaras se caen. Al final descubres quien te amó con todos tus defectos y quien solo dependía de una apariencia, de un icono. Las inconsecuencias, los abandonos, los desplantes también son parte del nuevo acerbo  que debes afrontar. De lo que hay que cuidarse es de no perder las perspectivas, no asumir fantasmas de persecuciones imaginarias, de supuestos complots que te hacen a ti el blanco perseguido. Es esta una sublimación del sentimiento de culpa. Es imprescindible asumir las consecuencias, pero no quedarse en el atolladero. La vida, enriquecida con la experiencia, debe continuar en búsqueda de una felicidad preterida pero no negada, posible en la medida que saldes tus cuentas con el pasado inmediato. Lo más difícil en esta coyuntura es el examen de nuestros actos con la mayor sinceridad posible. No buscar atajos de justificación burda, el reto y el camino es reconocer que hemos equivocado la senda transitada. No hay vuelta atrás. El tiempo  es irreversible, y con él todo el aparataje de vivencias, acciones y decisiones que asumimos y desembocaron en la crisis de vida. Es vital darle oportunidad a la esperanza, a la posibilidad de mejorar. En alguna ocasión, alguien escribió que nuestra vida es lo que somos en cada momento final, no somos el dolor pasado, la culpa anterior, el error cometido y superado. Es el aquí y el ahora lo que configura nuestro hacer, nuestro ser. De ahí la importancia de deslastrarnos de las cargas que no ayudan. Una vez llegado al final del viaje, no se sostienen las maletas. Lo que aconseja esto es iniciar nuevamente un camino, ligero de  equipaje.

jueves, 8 de septiembre de 2016

La vida que mata



Dentro de las estrategias rastreras de los regímenes autoritarios y despóticos está precisamente llevarnos a límites de legítima desesperación y angustia, hacernos caer en ese estado para arremeter contra los ciudadanos justamente indignados, mediante una “justicia” venal, manipulada y evidentemente represiva. Esto me lleva a traer a colación un pasaje del gran escritor y pensador venezolano Mario Briceño Iragorry. Hace aproximadamente 60 años escribió su ensayo “Mensaje sin destino”, para un contexto histórico distinto, pero que paradójica y asombrosamente calza en nuestro triste, terrible y trágico momento que actualmente padecemos. Sostenía que:
“En medio de esta gran crisis de la civilización universal, sigue, agrandada por aquélla, su curso fatal la crisis de lo privativo venezolano. Mientras contemplamos la nuestra, vemos llegar hasta nosotros el oleaje amenazante de la guerra en gestación. Un deber de hombres nos obliga, sin embargo, a desechar toda actitud milenarista, para seguir discurriendo como si la nube cargada de tormenta fuese a pasar sin daño alguno sobre nuestro destino. Debemos pensar en nosotros mismos con fe entusiasta y con empeño de salvación. Acontezca lo que aconteciere, la historia seguirá su curso y habrá una generación que recordará nuestro dolor. A tantas crisis como azotan a nuestro pueblo, no agreguemos la crisis de la desesperación y de la angustia, aunque sea ésta, como dice Kierkegaard, buen instrumento educativo de la posibilidad. Procuremos a todo trance que nuestra agonía no sea para morir, sino para salvar el irrenunciable derecho de nuestro pueblo a la libertad y a la justicia”
No pretendo con esto que tengamos todas las soluciones, solo deseo que a pesar de las encrucijadas sin respuesta que en este momento vivimos, nos animemos a ser valiente para seguir preguntando, luchando, predicando y convenciendo. No deseo que depositemos nuestras esperanzas en una sola cosa, bien sea elecciones (remotas y sujetas a fraudes) o la salida violenta (con la consabida muerte de los inocentes y más pendejos) esperaría más bien que pensemos y actuemos con flexibilidad, aceptando la contradicciones, el cambio de planes de acción, la modificación de proyectos; pero siempre con inteligencia y sin caer en las provocaciones del régimen, ni depositar toda nuestra confianza en liderazgos mesiánicos; que irremisiblemente nos condicen a una crucifixión sin resurrección. Bien sabemos que detrás de ellos está el curtido, criminal, siniestro e inescrupuloso interés del poder por el poder mismo. Es el viejo y siempre renovado  bárbaro deseo de dominación de los tiranos. La invariable, la inmodificable, la incansable e ineludible meta, tiene que ser la libertad de nuestro país y el enjuiciamiento de estos criminales que nos gobiernan.
Disfrutemos y usemos nuestra vida, que es lo único que realmente ahora tenemos, en el combate sin descanso, pero sin desesperación, en la erradicación de este cáncer político y mental que se ha apoderado de manera canalla, del cuerpo de la República de Venezuela. Además, no lo será por siempre, pues “vivir, tarde o temprano, nos mata a todos”

lunes, 2 de mayo de 2016

LA EVOUCIÓN HACIA EL MAL

Antes de dedicarme a hablar de la inmortalidad del cangrejo, de los cambios fisionómicos de la Barbie, de las “tronas” de Maradona y sobre el sexo de los ángeles, entre otros temas que posiblemente sean más interesantes para los venezolanos, séame permitido por una vez más elevar este grito en el desierto. Una querida amiga me preguntaba que por qué nuestra sociedad “involucionaba” y cada día era tan indiferente a la barbarie, a la atrocidad y a la violación de casi todos sus derechos. Más aun, lo que la atormentaba era que parecía que más bien participábamos, cómplices o silenciosos y pasivos, a la pérdida del país, de la vergüenza y de la dignidad. Incluso, un número significativo de venezolanos apoyan y están de acuerdo con el discurso oficial de una dictadura o más bien, ante una caricatura sangrienta de gobierno. Le dije que yo no creía que involucionamos. El advenimiento de las sociedades totalitarias en el siglo xx no ha cesado de suscitar preguntas relativas a lo que es el hombre, a lo que es la razón, a lo que es la relación de los comportamientos sociales con la historia. Preguntas que no comprometen sólo a nuestro pensamiento del mundo, sino igualmente a nuestro destino como hombres, es decir, seres dotados de razón que tratan de vivir una sociabilidad fundada en la palabra, la persuasión y el diálogo. Ahora bien, lo que nuestra historia ha mostrado es que el ejercicio de esta racionalidad en el seno de una sociedad que pretende ser libre, no era más que una posibilidad entre otras. Posibilidad que podía ver la luz o no verla, posibilidad quizá destinada a la muerte si los hombres no toman conciencia de su realidad. Esta historia ha hecho surgir en el horizonte el engendramiento del hombre como un ser completamente susceptible de ser modelado, un ser cuya modelación puede ser en positivo y en negativo. Ojo, aquí debemos recordar que el último gran modelador fue el Libertador de Sabaneta, narcisista, resentido y lleno de carencias afectivas que lindaban en una personalidad psíquicamente enferma. Esto revela la sucesión de múltiples rostros, para lo cual se mostraba magnánimo, autoritario, cobarde, héroe, pobre, poderoso dentro de unas contradicciones que solo llevaban el cálculo político para mantenerse en el poder. Algunos de entre ellos nos son familiares, algunos son tal vez difícilmente reconocibles, pero todas las taras las transmitió a una masa ignara y preterida, que irresponsablemente esperaba a un mesías, sin que ellos levantaran un dedo para lograr sus legítimas reivindicaciones. Una elocuente características de un sector significativo de nuestro pueblo es esperar que le den y no bregar por lograrlo por sí mismo. Esta expectativa se ha mostrado bajo el aspecto de vías imprevistas de la historia, de situaciones insólitas en las cuales hemos progresivamente perdido la democracia, el respeto y la dignidad; nuestro perfil ha cambiado subrepticiamente de rostro. Estas metamorfosis, por momentos monstruosa, nos obligan a volver a formular el concepto de lo que somos como venezolanos. Revisemos dos proposiciones morales que Kant repite constantemente: aquella que exige cumplir siempre una promesa y aquella que consiste en no mentir. El mal moral consiste entonces en la infracción de lo que indican estos enunciados. Los venezolanos no cumplimos nuestra promesa de respetarnos mutuamente, y mentimos al decir que todo está bien, que aquí marchamos hacia una felicidad sin macula. Se ha partido de una atribución de finalidad a la historia y al hombre, en tanto ser racional, a una situación en que esta especie de atribución ha revelado ser falsa, en la medida en que se confronta con la violencia política, la sinrazón de conciudadanos que se roban, saquean y especulan mutuamente, así como el engendramiento de las formas totalitarias de enmarcar la vida social y política hasta en el diario comportamiento en nuestros hogares y entorno sin protestar, corportandonos con violencia y pataneria y en un mutismo parecido inmensamente a la estupidez. Somos los venezolanos seres totalmente indeterminados, algo así como seres sin esencia. NO AMIGA, NO HEMOS INVOLUCIONADO; HEMOS EVOLUCIONADO HACIA EL MAL

jueves, 26 de noviembre de 2015

EL OPTIMISMO INFUNDADO

El cambio que se añora, ese deseo persistente de salir de una encrucijada desastrosa nos lleva infinidad de veces a sobrevalorar pequeños pasos y considerarlos como la solución mágica. A creer que la solución es inminente, pero obviando que las mismas acciones, los mismo protagonistas necesariamente producen los mismos resultados. En una oportunidad, Rodolfo Izaguirre, refiriéndose a la inacción política se preguntaba: “¿Cómo es que semejante desastre continúa allí, inamovible, festejándose a sí mismo arrogante y maloliente decrepitud? ¿Cómo es posible que todo un pueblo continúe soportando pasivamente indignidades y humillaciones? ¿Esperamos tal vez a un nuevo Edipo ciego y atormentado por el incesto que nos devuelva la seguridad y el sosiego que hemos perdido?” Suena a engaño por lo tanto prometer una solución automática por el hecho de unas elecciones que se pretenden ganadas por nuestra posición, por los que soñamos por deslastrarnos del horrendo régimen. Sería necesario preguntarnos, tal como lo hace el Dr. Adrián Liberman por las causas de la “incompetencia de todos, sin excepciones, resultado de los que las acciones y omisiones de varias generaciones han producido. Y esto es que somos un lugar donde no podemos evitar que la gente se mate todos los días entre sí por estupideces”. No se puede endosar tranquilamente la responsabilidad individual a un grupo, a un partido, a una asociación. Es altamente sintomática la reiterada equivocación de buscar mesías para que nos salven del deber que nos corresponde en la construcción colegiada y solidaria de una nación con institucionalidad, con valores que se respeten y con leyes que se apliquen y cumplan. Siguiendo a Liberman, podemos aseverar que “dos siglos después de nuestra constitución como nación muchos sigan pensando que la aniquilación del otro es la única forma válida de dirimir conflictos, señala a fuego un deber no cumplido ni asumido. Habrá que pensar y hacer pensar porque la violencia se ha arraigado tanto entre nosotros. Por qué abunda tanto no solo la violencia física, sino esa forma de crueldad que es la agresión verbal, cuyas marcas pueden resultar indelebles” Adicionalmente es significativo resaltar la presencia cada día más extrema, dentro del discurso político del régimen de eso que los psicólogos han llamado “disonancia cognoscitiva”. Se refieren así al proceso de analizar una información discordante, disfraz académico para “no me confundan con los hechos” tal como lo afirma Tuchman (1989). La disonancia cognoscitiva es la tendencia a “suprimir, glosar, rebajar o alterar cuestiones que producirían un conflicto o ‘dolor psicológico’ dentro de una organización, (partido o país)”. Hace que las alternativas sean “rechazadas ya que hasta el pensar acerca de ellas entraña conflictos”. En las relaciones de subordinado y superior dentro del gobierno, su objeto es el desarrollo de una política que no perturbe a nadie. Ayuda al gobernante en su pensamiento parcial, definido como “una alteración inconsciente en la estimación de las probabilidades”. Es innecesario recalcar que esto se compadece con la ceguera manifiesta de reconocer que en nuestro país nos encontramos al borde de una crisis humanitaria. Entre otras razones, sin entrar en las altas posibilidades de fraude, violencia oficial y comportamientos rufianescos por parte de los funcionarios del régimen, es que sostengo que un optimismo en la victoria es infundado, por no decir ingenuo. Ruego a Dios estar equivocado. REFERENCIAS - Izaguirre, Rodolfo (agosto, 24 de 2014). “El mayor enigma”. Diario El Nacional. Sección Opinión 11. Caracas. Venezuela. - Liberman, Adrián (junio 2 de 2008). “Un fracaso de todos”. Diario El Nacional. Sección Nación 13. Caracas. Venezuela. - Tuchman, Barbara (1989). “La marcha de la locura”. Fondo de Cultura Económica. México