miércoles, 11 de agosto de 2010

VOLUNTAD Y CAMBIO

Las formas distintas de sociedad, de vida en común, de modos de producción, de nuevas formas “societales” han llevado al mundo occidental y a una que otra comunidad asiática al ensayo de nuevas formas de asociación o, al ya en desuso, “modelos” socioeconómicos. La manera en que se ha acometido estos cambios, sobre todo los autodefinidos como revolucionarios, han sido mediante el uso, en variable grado, de la violencia, de la fuerza, antes o durante la gestación y nuevo parto de la Historia . Acá no se pretende exorcizar viejos demonios ideológicos sobre la conveniencia, aceptación o negación de este recurso. Al cabo nos queremos referir más a la voluntad de la acción y de sus consecuencias. No se trata de defender la tesis de “las condiciones objetivas” del marxismo de los años sesenta del pasado siglo, pero si de una revisión somera de las consecuencias desastrosas de los ensayos sociales, aun con la mejor de las intenciones. Citando a Krygier (2008), recordaba que “el renombrado pensador Antonio Gramsci señaló que los cambios no se pueden imponer simplemente porque se deseen aplicar, sino siempre y cuando sean necesarios, como resultado de la inmensa interacción de naciones y culturas”. Nadie puede negar, con sensatez y sinceridad, el derecho de los individuos, de los pueblos y de las culturas a propiciar los cambios que sean perentorios para el logro de sus más altas realizaciones o la búsqueda de la equidad, la justicia y la felicidad, todo esto dicho sin intención retórica. La interacción para ese cambio, no puede estar centrada en la voluntad de iluminados y caudillos, que a la larga degeneran en autoritarismo y tiranía o en improvisación y represión; cuando no en una letal combinación de estos ingredientes. También es obligante decir que la cooptación por intereses corporativos puede dar al traste con los cambios deseados. Todo esto pidiera hacer pensar en la imposibilidad de mejoras o a la asunción de una apatía militante. Sin embargo, la percepción e identificación de los hechos contribuye a entenderlos y enfrentarlos.

Todo cambio genera un rechazo, cuyas razones sistémicas han sido estudiadas en diversos ámbitos. Pero el logro del primero no depende de voluntarismos ni de iluminismos. Es preciso que todo cambio, sobre todo a nivel social lleve la impronta de la identificación de los intereses en pugna y el logro de la mejoría para la mayoría, no la hegemonía de elites que se designan como la vanguardia de esa masa informe y/o multiforme llamada pueblo. La extrema falacia de estos cambios deriva en aberrantes cultos de la personalidad y de idolatrías tan exóticas, por usar un eufemismo anodino, como las rendidas en su época a Mao, Kim Sung o Eva Duarte, en diferentes contextos históricos, pero con los mismos atributos de lo absurdo.

Lo más dramático es que este designio de los cambios tienen un horrendo balance de varios costos, entre los que pidiéramos destacar dos de muchos otros. En primer lugar, el costo social representado en campos de exterminio, GULAG, centros de reeducación o en la pura eliminación física de los disidentes. Dentro de este contexto surge la variante del Estado Policial, cuando el gobierno que representa a dicho estado muestra una incapacidad manifiesta de proporcionar una institucionalidad legal de protección a sus ciudadanos y apela a la transferencia del problema a la policía, para actuar por su cuenta en la restitución de la seguridad perdida. De esta manera, este órgano policial pierde su función de instrumento para afirmar la Ley y se convierte en una autoridad dominadora, sin contrapesos que la enfrenten, de donde se deriva el abuso y la barbarie. En todo caso lo hasta aquí sostenido no se trata de una ingenuidad política o de una torva argucia ideológica incitada por oscuras fuerzas imperiales. Es la minima lección que podemos entresacar de esa lucha maniquea en la cual se ha intentado clasificar la realidad del mundo durante todo lo que va desde el siglo XIX a esta fecha.

En segundo lugar, el costo económico de una reconstrucción de acervo de riquezas materiales que se pierden en ensayos fallidos del nuevo paraíso soñado por los voluntaristas, de los recursos dilapidados en la propaganda de las supuestas bondades y solidaridades de los nuevos amos del poder para al final descubrir que, al decir de Lampedusa, se cambió todo para no cambiar nada

martes, 29 de junio de 2010

DERROTEROS EDUCATIVOS

A Lisbeth Anzola, por su preocupación sincera.

¿Ha formado la educación venezolana ciudadanos con capacidad crítica o independencia intelectual? ¿Se ha desarrollado una masa profesional altamente ilustrada para enfrentar los desafíos morales, culturales, económicos y sociales que el país propone? ¿Se ha nutrido un espíritu emprendedor y autónomo capaz de crear riqueza, no solo material sino también, y con más urgencia, en el ámbito general de la cultura?

Estas preguntas, que en primera instancia pudiesen lucir capciosas, tienen el fundamento de lo que cómo país somos y seremos en el corto y largo plazo. Separando los “serios” cuestionamientos ideológicos que se puedan argüir como centro de las críticas sobre el origen, fundamento, discurso o relato de los planteamientos precedentes, intentar una respuesta es una ineludible necesidad. Los que se pierden en los nebulosos senderos de la abstracción han tenido tiempo y recursos suficientes para el aporte. Sin pretender pontificar sobre la bíblica sentencia de conocer los resultados por los frutos producidos, es evidente que algo no ha funcionado en el sistema pasado y presente.

En los abordajes actuales, con los que se pretenden cambios substanciales no dejan sus creadores de tener características elocuentes de “aprendices de brujo”. La carencia de disciplina cognitiva, la ausencia de métodos de evaluación idóneos, sesgos interesados en dogmatizaciones antieducativas, pobreza de contenidos programáticos, mutilación de las posibilidades de investigación y desarrollo nuevas estrategias son algunos de los puntos que se muestran en esta desproporcionada aventura. Y es irresponsable aventura la que compromete el futuro inmediato de las generaciones que se están formando.

El fracaso de un modelo no se combate “tirando piedras” a discreción. Es una tarea con mucho de Sísifo y de Prometeo, en una acción nacional que tome en consideración recursos, potencialidades y posibilidades materiales y humanas. Todo ello con un norte claro de apertura de oportunidades para todos.

Sería ingenuo pretender negar el carácter ideológico de la educación, de su instrumentalización como punta de lanza de cualquier Gobierno en ejercicio de su hegemonía. Pero no se trata de deslastrarlo de sus rémoras consustanciales y naturales en cualquier escenario donde se desenvuelva. El asunto fundamental es cuando ni siquiera tiende a formar un determinado tipo de ciudadano y se limita a la “fabricación” de minusválidos intelectuales, recitadores de consignas y potenciales fracasados en las tareas para las cuales no ha sido medianamente preparados. En esta dirección se crean posibles resentidos sociales que mas temprano que tarde encenderán la mecha de un polvorín social

viernes, 14 de mayo de 2010

AUDITORIA, FINANZAS Y CRISIS: EL DEBATE IMPOSTERGABLE

Aun al costo de sonar repetitivo, quisiera volver a un tema que por manoseado y e infinitamente tratado, no ha sido solucionado o en el mejor de los casos, seriamente enfrentado. Se trata de la situación que tiene eclosión en los momentos de crisis financiera, pero después de superada esta, se cae en el mutismo cómplice. El sistema financiero de “libre mercado” o capitalista, ha presentado de manera cíclica, rupturas de continuidad que son proporcionalmente más grandes y significativas en su avance temporal. La naturaleza y causas fundamentales de estos eventos están asociadas al poder, el ansia acumulativa y al control de parcelas cada día más grandes de los negocios y la economía mundial. A la fecha, de todos los modelos económicos intentados por la Humanidad para la producción de de bienes, el capitalista es el que, en más de 500 años ha mantenido un vertiginoso ritmo de crecimiento y a involucrado a la mayoría de los seres humanos. Los costos ecológicos, humanos, sociales y culturales también han sido gigantescos. Sin pretender asumir posiciones doctrinales sobre la cuestión, partimos de la premisa de que con tal sistema tenemos que vérnosla en un plazo indefinido, por cuanto las alternativas planteadas, hasta ahora han sido fracasos rotundos con consecuencias también sangrientas.

El conocimiento del comportamiento del sistema lleva necesariamente a la atención de sus principales defectos para corregirlos o minimizar las consecuencias dañinas al hombre, en primera instancia y a la economía y naturaleza, como entornos vitales en general. De ahí surge la labor de los auditores como garantes de la fe pública depositada por la sociedad para la revelación de la situación y manejo de los grandes conglomerados y corporaciones económicas, tanto públicas como privadas. Esta es esencia la situación que de manera sucinta se define en términos formales.

Sin embargo, los hechos parecen empeñados en mostrar un comportamiento distinto para esta importante labor profesional. Para plantear el debate baste recordar que la Arthur Andersen, la Peat Marwick and Mictchell y la Pricewaterhouse han estado relacionadas con los escándalos financieros mas sonados de los últimos treinta años, y esto por solo mencionar a tres de las más grandes firmas de auditoria. En la primera mencionada, después de cien años de ejercicio profesional fue obligada a su desintegración por las autoridades por su relación con los estados financieros fraudulentos de la Enron, siendo el destino de sus principales socios, la cárcel y el descrédito profesional. La segunda enfrentó cargos penales por la quiebra de Penn Square Bank y la presentación de cifras falsas con respecto a la salud financiera del banco. La Pricewaterhouse se vio obligada a pactar acuerdos extrajudiciales por su relación con los estados financieros inexactos y fraudes del Banco Ambrosiano y del Banco de Crédito y Comercio Internacional, este último involucrado en el manejo de lavado de dinero y tráfico de armas. No se trata de enjuiciar la acción de la auditoria como practica profesional. El auditor es el mensajero, no el creador del mensaje. Pero sería ingenuo y necio pensar en la pureza prístina de estas firmas, las cuales forman parte del fabuloso mundo de “los negocios corporativos” donde la danza de millones de dólares crea intereses crematísticos que indiscutiblemente afectan la forma de relacionarse y de mantener en sus carteras a estos clientes. Es elocuente el hecho que todas las empresas y bancos involucrados en la actual crisis estaban clasificados como triples A por las calificadoras de riesgo y con dictámenes limpios por parte de los auditores

De esto se desprende la importancia del debate planteado. No se trata de establecer los niveles de responsabilidad o culpabilidad de los auditores. El hecho evidente, mas allá de las acciones personales de los profesionales involucrados en cada caso concreto, es que la relación Auditoria-Cliente tiene profundas fisuras que afectan la piedra angular en la cual descansa el ejercicio profesional: la fe pública, la credibilidad y confianza en la opinión profesional. De ahí que cabe pensar en la necesaria reforma de los conceptos de seguridad razonable de la empresa en marcha, el necesario enfoque de una relación novedosa Auditoria-Cliente-Estado, la reformulación del alcance del trabajo del auditor. Todo esto enmarcado en lo sostenido por Lipovetsky: “Los comportamientos de los asalariados no ejemplifican, por sí solos, el proceso posmoralista del trabajo. La disolución de la moral del trabajo también aparece manifiesta en el crecimiento de la esfera financiera, en la fascinación ejercida por la Bolsa y sus ganancias milagrosas. A partir de la década de 1980, las economías anglosajonas se caracterizan, en efecto, por la explosión de la especulación bolsista, por el triunfo de las finanzas sobre la industria que permite conseguir prodigiosos beneficios sin tener que emprender el camino laborioso y lento de la producción industrial. O.P.A., junk bonds, operaciones de fusiones-adquisiciones, desmembramiento de las sociedades adquiridas con el objetivo de plusvalías inmediatas, en la hora de la «revolución conservadora », el espíritu de empresa ha retrocedido ante el espíritu financiero y su cebo de ganancia a corto plazo”. No es la primera vez que usamos esta cita, pero en las actuales circunstancias de la adopción de nuevas normas contables y de información financiera, de cara a la Sociedad, es preciso preguntarse si estas nuevas regulaciones mejoran las evaluaciones de la responsabilidad de los que dirigen los negocios, denuncian las especulaciones y permiten sustanciar causas contra los delincuentes de cuello blanco. Si así fuere, estamos en buen camino, pero en caso contrario, habrá que comenzar de nuevo.

martes, 16 de marzo de 2010

El deber de una generación

Tal como alguna vez lo sostuvo Albert Camus, el deber de un ciudadano; sea intelectual, periodista, escritor, abogado o cualquier otra actividad que realice; no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. En tal sentido sostenía que: “Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”. Es pertinente acotar que el insigne intelectual francés formaba parte del grupo nutricio del denominado existencialismo, corriente que se caracterizaba por un pesimismo, aunque nunca pasivo e indolente.

Al estilo de Aron, pero en la acera de enfrente, Camus abogaba, como espectador comprometido, por una sostenida acción ciudadana que salvara a una sociedad “heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión” en una clara alusión a los intelectuales de su tiempo, que al asumir unos dogmas inamovibles se hacen corifeos de los peores sátrapas. Hace un llamado, más bien un reclamo dado que “esa generación ha debido, en si misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza.” Es una dramática pero contundente expresión de reconciliación responsable, actuante, sin concesiones a la pasividad cómplice. No deja de ser extremadamente actual, sin perder la connotación histórica en la cual fue expresada. Es indiscutible que cada generación debe asumir su papel protagónico en la búsqueda de una dignidad individual y una justicia social. Pero en ningún caso se debe preterir una por la otra, dada la circunstancia que los extremos pendulares llevan al fascismo y al totalitarismo.

En nuestro contexto, la necesaria revisión de lo que somos y hacia donde queremos ir, obliga a una estructuración de programas de formación de ciudadanos, no de recipendiarios de dadivas ni de limosnas, sino de protagonistas críticos, sin gríngolas ni catecismos anacrónicos, que en vez de liberar, aturden y someten a todos a letanías y eslóganes vacuos. La destrucción de un país no la produce necesariamente una catástrofe natural, dado que por muy intensa que sea, siempre podrá recuperarse. Los heroicos ejemplos actuales así lo vaticinan. La más horrenda de las pérdidas nacionales se fundamenta en el desconocimiento del otro, del que piensa diferente, al criminalizar la disidencia y perseguirlo y torturarlo por crímenes de pensamiento. Esa sangría en el alma de una nación es de negro pronóstico y de remota curación. La búsqueda de utopías puede sembrar de crímenes fraticidas a una nación donde se exacerben los odios y se generalicen las culpas. La realidad del día a día no puede ser ignorada y lo que se vislumbra en esa cotidianidad luce lleno de amenazas. Más allá de la propaganda oficial y de las ambiciones de los adversarios, hay una sociedad que se desangra por la inseguridad, sufre limitaciones en los servicios básicos, ve mermado sus posibilidades de subsistencia por una inflación de record, anhela una seguridad jurídica esquilmada por jueces venales. Es este el escenario en el cual esta generación tiene que extremar esfuerzos para poder cumplir con su deber