jueves, 8 de septiembre de 2016

La vida que mata



Dentro de las estrategias rastreras de los regímenes autoritarios y despóticos está precisamente llevarnos a límites de legítima desesperación y angustia, hacernos caer en ese estado para arremeter contra los ciudadanos justamente indignados, mediante una “justicia” venal, manipulada y evidentemente represiva. Esto me lleva a traer a colación un pasaje del gran escritor y pensador venezolano Mario Briceño Iragorry. Hace aproximadamente 60 años escribió su ensayo “Mensaje sin destino”, para un contexto histórico distinto, pero que paradójica y asombrosamente calza en nuestro triste, terrible y trágico momento que actualmente padecemos. Sostenía que:
“En medio de esta gran crisis de la civilización universal, sigue, agrandada por aquélla, su curso fatal la crisis de lo privativo venezolano. Mientras contemplamos la nuestra, vemos llegar hasta nosotros el oleaje amenazante de la guerra en gestación. Un deber de hombres nos obliga, sin embargo, a desechar toda actitud milenarista, para seguir discurriendo como si la nube cargada de tormenta fuese a pasar sin daño alguno sobre nuestro destino. Debemos pensar en nosotros mismos con fe entusiasta y con empeño de salvación. Acontezca lo que aconteciere, la historia seguirá su curso y habrá una generación que recordará nuestro dolor. A tantas crisis como azotan a nuestro pueblo, no agreguemos la crisis de la desesperación y de la angustia, aunque sea ésta, como dice Kierkegaard, buen instrumento educativo de la posibilidad. Procuremos a todo trance que nuestra agonía no sea para morir, sino para salvar el irrenunciable derecho de nuestro pueblo a la libertad y a la justicia”
No pretendo con esto que tengamos todas las soluciones, solo deseo que a pesar de las encrucijadas sin respuesta que en este momento vivimos, nos animemos a ser valiente para seguir preguntando, luchando, predicando y convenciendo. No deseo que depositemos nuestras esperanzas en una sola cosa, bien sea elecciones (remotas y sujetas a fraudes) o la salida violenta (con la consabida muerte de los inocentes y más pendejos) esperaría más bien que pensemos y actuemos con flexibilidad, aceptando la contradicciones, el cambio de planes de acción, la modificación de proyectos; pero siempre con inteligencia y sin caer en las provocaciones del régimen, ni depositar toda nuestra confianza en liderazgos mesiánicos; que irremisiblemente nos condicen a una crucifixión sin resurrección. Bien sabemos que detrás de ellos está el curtido, criminal, siniestro e inescrupuloso interés del poder por el poder mismo. Es el viejo y siempre renovado  bárbaro deseo de dominación de los tiranos. La invariable, la inmodificable, la incansable e ineludible meta, tiene que ser la libertad de nuestro país y el enjuiciamiento de estos criminales que nos gobiernan.
Disfrutemos y usemos nuestra vida, que es lo único que realmente ahora tenemos, en el combate sin descanso, pero sin desesperación, en la erradicación de este cáncer político y mental que se ha apoderado de manera canalla, del cuerpo de la República de Venezuela. Además, no lo será por siempre, pues “vivir, tarde o temprano, nos mata a todos”