domingo, 21 de octubre de 2012

Crisis, sociedad y ciencia

Hay una necesidad de expresión, de protesta ante una situación evidentemente insostenible. Las recurrentes crisis económicas de distintos perfiles: la inmobiliaria, la de Portugal, la de Irlanda, la de Grecia, la de España, el movimiento de los indignados, las protesta de aquí y de allá, manifiestan un estado de cosas que marcan una indetenible ruptura. Ruptura de qué? para qué? por qué? Cada respuesta a estas interrogantes siempre será comprometedora. Una cosmovisión, un sistema que tiene, no décadas sino siglos imperando, no solo está agotado, es que también sus consecuencias son cada día más catastróficas. La inmisericorde explotación del ambiente, la natura vexata de Leibnitz ha pasado factura en la agonía del organismo Gaia, que por ignorada, no deja de ser real. El equilibrio ecológico es cada vez más precario, los contaminantes residuos de una industrialización que se ha mostrado a todas luces injusta para las grandes mayorías depauperadas, afectan a todos los habitantes del planeta. Las mutaciones inducidas por accidentes y/o manipulación deliberada agregan un factor de consecuencias incalculables a la viabilidad de la vida terrestre en el tiempo astronómicamente posible. Las epidemias, las enfermedades incurables de reciente aparición, no son fortuitas ni efectos azarosos de una serie de lúdicas coincidencias. El desarrollo constante de artilugios técnicos para el consumo y satisfacción de necesidades inducidas más que de solución utilitaria, exacerban la búsqueda de nuevas materias primas y generan una miríada de desechos tóxicos. Aun cuando existen optimistas del futuro, dicho optimismo lo fundamentan en el uso adecuado de los instrumentos generados por dicha tecnología. Tal como sostiene Dyson (2000), “las tendencias humanas y las instituciones deciden como utilizar la tecnología y los instrumentos". Aquí radica precisamente el nudo gordiano del problema. Hasta ahora, ninguno de los dos protagonistas de dicha ecuación han sido lo suficientemente ponderados para el máximo provecho, de manera equitativa para todos, de la ciencia y sus beneficios. El zoon politikón, en su acepción primigenia de “destinado a vivir en ciudad” ha degenerado en seres hacinados en guetos. Ni el desarrollo de las redes de comunicación social ni la ubicuidad tecnológica han permitido desarrollar un modelo que permita una convivencia armónica. Las excepciones son mínimas en comparación con la megalópolis que las grandes capitales del mundo representan como el común genero de hábitat en la actual vivencia de lo humano. En este escenario se libra un drama de crisis donde la sociedad, con un desarrollo científico extremo, no encuentra salidas plausibles para este laberinto. El dilema ya no es de posesión de conocimientos e instrumentos, es la razonabilidad de su uso. He aquí la tragedia y la comedia del mundo actual

LOS PONTIFICES DE LA PALABRA

No caer en provocaciones es una máxima sabia. Pudiera ser una guía saludable de comportamiento, incluso evitaría que nos convirtiésemos en lo que rechazamos. La reiterada, la ácida destemplanza contra todo y contra todos, pudiera interpretarse como un recurso desesperado de los fracasados. Decía Horacio que “quien mucho desea de mucho carece”. Por eso, no deja de ser incomodo estas voces pontificales que se abrogan una clarividente inteligencia que les permite opinar de “lo humano y lo divino”. Poseen las llaves de una verdad apodíctica, o en el mejor de los casos, de una “asertividad” que les permite catalogar, enjuiciar, calificar y condenar. Detrás de sus peroratas hay una acción terrorista. No de la que coloca bombas y mata inocentes. Es un terror mucho más refinado, un tanto más académico. Es el terrorismo de la descalificación contumaz, de la descalificación del oponente, del adversario mediante el recurso de la adjetivación, de colocarle un nombre que dentro de su lenguaje retórico, lo condena sin posibilidad de redención, lo desautoriza sin posibilidad de defensa. De esta manera, el dialogo que invocan ya no es posible, dado que ¿Cómo se discute con “equivocados”, con adalides del “lugar común”, con vendidos al imperio”? La real paradoja de todo este comportamiento está anclada en una frase de origen bíblico: “por los frutos, los conoceréis”. Nadie niega su laboriosa trayectoria, escribiendo libros, dictando clases y conferencias, disertando sobre las intrincadas vías para explicar sus dogmas, sus filosofías. Siempre están a la vanguardia, son progresistas, usan los neologismos de las nuevas corrientes del pensamiento. Su comportamiento recuerda a las divas ya pasados sus años de gloria, que se niegan al retiro honorable, aquellas cuya voz y belleza perdió su brillo, pero no aceptan que su arte quedó atrás. Por algo sostenía Sartre que “los intelectuales son como las divas de la inteligencia, son a la inteligencia lo que la vedette al espectáculo”. Al menos estas últimas, algo hicieron, algo aportaron. Es conveniente precisar que toda esta descarga un tanto agria no intenta desmerecer la actividad de los que seria y responsablemente se dedican al estudio y reflexión de la realidad social. Estos no sólo son necesarios y se erigen en faros de advertencia en circunstancias históricas oscuras. La referencia está dirigida hacia los que instrumentalizan sus capacidades retóricas e intelectuales como lucimiento y protagonismo para un mal disimulado narcisismo por demás estéril pero dañino. Por cuanto es dañino todo lo que distraiga los esfuerzos de clarificación de rutas y solo persiga el lucimiento personal sin ningún aporte digno.