domingo, 21 de octubre de 2012

LOS PONTIFICES DE LA PALABRA

No caer en provocaciones es una máxima sabia. Pudiera ser una guía saludable de comportamiento, incluso evitaría que nos convirtiésemos en lo que rechazamos. La reiterada, la ácida destemplanza contra todo y contra todos, pudiera interpretarse como un recurso desesperado de los fracasados. Decía Horacio que “quien mucho desea de mucho carece”. Por eso, no deja de ser incomodo estas voces pontificales que se abrogan una clarividente inteligencia que les permite opinar de “lo humano y lo divino”. Poseen las llaves de una verdad apodíctica, o en el mejor de los casos, de una “asertividad” que les permite catalogar, enjuiciar, calificar y condenar. Detrás de sus peroratas hay una acción terrorista. No de la que coloca bombas y mata inocentes. Es un terror mucho más refinado, un tanto más académico. Es el terrorismo de la descalificación contumaz, de la descalificación del oponente, del adversario mediante el recurso de la adjetivación, de colocarle un nombre que dentro de su lenguaje retórico, lo condena sin posibilidad de redención, lo desautoriza sin posibilidad de defensa. De esta manera, el dialogo que invocan ya no es posible, dado que ¿Cómo se discute con “equivocados”, con adalides del “lugar común”, con vendidos al imperio”? La real paradoja de todo este comportamiento está anclada en una frase de origen bíblico: “por los frutos, los conoceréis”. Nadie niega su laboriosa trayectoria, escribiendo libros, dictando clases y conferencias, disertando sobre las intrincadas vías para explicar sus dogmas, sus filosofías. Siempre están a la vanguardia, son progresistas, usan los neologismos de las nuevas corrientes del pensamiento. Su comportamiento recuerda a las divas ya pasados sus años de gloria, que se niegan al retiro honorable, aquellas cuya voz y belleza perdió su brillo, pero no aceptan que su arte quedó atrás. Por algo sostenía Sartre que “los intelectuales son como las divas de la inteligencia, son a la inteligencia lo que la vedette al espectáculo”. Al menos estas últimas, algo hicieron, algo aportaron. Es conveniente precisar que toda esta descarga un tanto agria no intenta desmerecer la actividad de los que seria y responsablemente se dedican al estudio y reflexión de la realidad social. Estos no sólo son necesarios y se erigen en faros de advertencia en circunstancias históricas oscuras. La referencia está dirigida hacia los que instrumentalizan sus capacidades retóricas e intelectuales como lucimiento y protagonismo para un mal disimulado narcisismo por demás estéril pero dañino. Por cuanto es dañino todo lo que distraiga los esfuerzos de clarificación de rutas y solo persiga el lucimiento personal sin ningún aporte digno.

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