jueves, 26 de noviembre de 2015

EL OPTIMISMO INFUNDADO

El cambio que se añora, ese deseo persistente de salir de una encrucijada desastrosa nos lleva infinidad de veces a sobrevalorar pequeños pasos y considerarlos como la solución mágica. A creer que la solución es inminente, pero obviando que las mismas acciones, los mismo protagonistas necesariamente producen los mismos resultados. En una oportunidad, Rodolfo Izaguirre, refiriéndose a la inacción política se preguntaba: “¿Cómo es que semejante desastre continúa allí, inamovible, festejándose a sí mismo arrogante y maloliente decrepitud? ¿Cómo es posible que todo un pueblo continúe soportando pasivamente indignidades y humillaciones? ¿Esperamos tal vez a un nuevo Edipo ciego y atormentado por el incesto que nos devuelva la seguridad y el sosiego que hemos perdido?” Suena a engaño por lo tanto prometer una solución automática por el hecho de unas elecciones que se pretenden ganadas por nuestra posición, por los que soñamos por deslastrarnos del horrendo régimen. Sería necesario preguntarnos, tal como lo hace el Dr. Adrián Liberman por las causas de la “incompetencia de todos, sin excepciones, resultado de los que las acciones y omisiones de varias generaciones han producido. Y esto es que somos un lugar donde no podemos evitar que la gente se mate todos los días entre sí por estupideces”. No se puede endosar tranquilamente la responsabilidad individual a un grupo, a un partido, a una asociación. Es altamente sintomática la reiterada equivocación de buscar mesías para que nos salven del deber que nos corresponde en la construcción colegiada y solidaria de una nación con institucionalidad, con valores que se respeten y con leyes que se apliquen y cumplan. Siguiendo a Liberman, podemos aseverar que “dos siglos después de nuestra constitución como nación muchos sigan pensando que la aniquilación del otro es la única forma válida de dirimir conflictos, señala a fuego un deber no cumplido ni asumido. Habrá que pensar y hacer pensar porque la violencia se ha arraigado tanto entre nosotros. Por qué abunda tanto no solo la violencia física, sino esa forma de crueldad que es la agresión verbal, cuyas marcas pueden resultar indelebles” Adicionalmente es significativo resaltar la presencia cada día más extrema, dentro del discurso político del régimen de eso que los psicólogos han llamado “disonancia cognoscitiva”. Se refieren así al proceso de analizar una información discordante, disfraz académico para “no me confundan con los hechos” tal como lo afirma Tuchman (1989). La disonancia cognoscitiva es la tendencia a “suprimir, glosar, rebajar o alterar cuestiones que producirían un conflicto o ‘dolor psicológico’ dentro de una organización, (partido o país)”. Hace que las alternativas sean “rechazadas ya que hasta el pensar acerca de ellas entraña conflictos”. En las relaciones de subordinado y superior dentro del gobierno, su objeto es el desarrollo de una política que no perturbe a nadie. Ayuda al gobernante en su pensamiento parcial, definido como “una alteración inconsciente en la estimación de las probabilidades”. Es innecesario recalcar que esto se compadece con la ceguera manifiesta de reconocer que en nuestro país nos encontramos al borde de una crisis humanitaria. Entre otras razones, sin entrar en las altas posibilidades de fraude, violencia oficial y comportamientos rufianescos por parte de los funcionarios del régimen, es que sostengo que un optimismo en la victoria es infundado, por no decir ingenuo. Ruego a Dios estar equivocado. REFERENCIAS - Izaguirre, Rodolfo (agosto, 24 de 2014). “El mayor enigma”. Diario El Nacional. Sección Opinión 11. Caracas. Venezuela. - Liberman, Adrián (junio 2 de 2008). “Un fracaso de todos”. Diario El Nacional. Sección Nación 13. Caracas. Venezuela. - Tuchman, Barbara (1989). “La marcha de la locura”. Fondo de Cultura Económica. México

martes, 24 de noviembre de 2015

LA GRAN FARSA

Sostiene Bárbara Tuchman que “Si John Adams tuvo razón, y el gobierno es “poco mejor practicado hoy que hace tres mil o cuatro mil años”, no podemos esperar, razonablemente, mucha mejora. Tan sólo podremos seguir debatiéndonos como lo hemos hecho en estos mismos tres mil o cuatro mil años, avanzando gracias a periodos de brillantez y decadencia, de mayor esfuerzo y de sombra.” (pág. 368). Una de las tantas noticias que aparecen en nuestro convulsionado mundo del primer tercio del siglo XXI ha sido escasamente comentada y menos aún, digerida en todas sus consecuencias. Se trata del controvertido proceso contra dos periodistas, un sacerdote español y dos empleados relacionados con el último escándalo de filtración de documentos papales concernientes a maniobras financieras sospechosas de la Iglesia católica. La acusación se fundamenta en el contenido de dos libros de denuncia publicados por los periodistas Gianluigi Nuzzi y Emiliano Fittipaldi. Las informaciones en las que se basan tanto el texto "Via Crucis", de Nuzzi como "Avarizia", de Fittipaldi, se extraen del material de una comisión investigadora del Vaticano. Independientemente de los argumentos, validos o no, que puedan presentarse en el juicio, hay algunos aspectos de forma que ahogan y solapan los delicados asuntos de fondo. Los primeros referidos a la libertad de los periodistas de publicar informaciones de interés público y de proteger a sus fuentes. Asimismo la actuación de los que teniendo acceso a información confidencial la divulgan sin autorización. La frondosidad de discusiones que sugieren ambas implicaciones es densa e interesante pero no la más importante. El asunto de fondo es el origen de la querella y que afecta directamente a una institución milenaria. Son los reiterados indicios de manejos dolosos y criminales en los cuales están involucrados conspicuos miembros del clero vaticano. No se trata de mancillar la reputación de una iglesia por la actuación de sus miembros. Se trata de cuestionar la naturaleza y comportamiento históricamente corroborable de negación y disimulo con la cual se enfrentan estos escándalos. Se trata además del burdo chantaje psicológico de anatemas y amenazas a los que cuestionen el comportamiento de una institución “sagrada”. El punto crucial es que se trata de una estructura de poder de monarquía absoluta, que bajo la supuesta doctrina de una religión, comete actos repudiables, los cuales se niega a ventilar. Las depravaciones y crímenes cometidos o auspiciados por los Papas Sixto IV, Inocencio VIII, Alejandro VI, Julio II, Clemente VII y Leon X, por solo mencionar a los de la época del Renacimiento revelan una podredumbre moral que ha aquejado la cabeza visible de esta institución durante toda su existencia. He aquí la farsa. BIBLIOGRAFIA - Tuchman, Bárbara (1989). La Marcha de la Locura. Fondo de Cultura Económica. Mexico.