SIEMPRE QUEDA LA ESPERANZA
Somos el resultado
de nuestros actos. Es evidente que el azar puede afectar nuestro ejercicio
vital, pero en última instancia somos nosotros los que decidimos nuestro
derrotero. Es común creer, sobre todo cuando nos sobra juventud y nos falta
experiencia, que podemos controlar nuestras acciones y minimizar las
consecuencias de estas. Muy tarde la vida nos enseña que no es así. Ninguna mala
acción puede dar origen a resultados
buenos. Al fin y al cabo, todo hecho es producto del material del cual está
constituido. Y si lo que resumamos es mentira, odio, manipulación e
infidelidad; el resultado es necesariamente dolor, ira, decepción y soledad.
Pero independientemente de las consecuencias, siempre es preciso hacer un alto
en el camino, evaluar el estado de la situación y perdonarnos. El perdón
incluye el arrepentimiento, el reconocimiento de la mala obra y por supuesto el
aprendizaje para evitar la reincidencia. Esto puede traducirse en un simple
ejercicio retórico si no hay claridad y transparencia en la voluntad de cambio.
Los caminos para
este cambio también enseñan. Muchas mascaras se caen. Al final descubres quien
te amó con todos tus defectos y quien solo dependía de una apariencia, de un
icono. Las inconsecuencias, los abandonos, los desplantes también son parte del
nuevo acerbo que debes afrontar. De lo
que hay que cuidarse es de no perder las perspectivas, no asumir fantasmas de
persecuciones imaginarias, de supuestos complots que te hacen a ti el blanco
perseguido. Es esta una sublimación del sentimiento de culpa. Es imprescindible
asumir las consecuencias, pero no quedarse en el atolladero. La vida,
enriquecida con la experiencia, debe continuar en búsqueda de una felicidad
preterida pero no negada, posible en la medida que saldes tus cuentas con el
pasado inmediato. Lo más difícil en esta coyuntura es el examen de nuestros
actos con la mayor sinceridad posible. No buscar atajos de justificación burda,
el reto y el camino es reconocer que hemos equivocado la senda transitada. No hay
vuelta atrás. El tiempo es irreversible,
y con él todo el aparataje de vivencias, acciones y decisiones que asumimos y
desembocaron en la crisis de vida. Es vital darle oportunidad a la esperanza, a
la posibilidad de mejorar. En alguna ocasión, alguien escribió que nuestra vida
es lo que somos en cada momento final, no somos el dolor pasado, la culpa
anterior, el error cometido y superado. Es el aquí y el ahora lo que configura
nuestro hacer, nuestro ser. De ahí la importancia de deslastrarnos de las cargas
que no ayudan. Una vez llegado al final del viaje, no se sostienen las maletas.
Lo que aconseja esto es iniciar nuevamente un camino, ligero de equipaje.
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