jueves, 20 de abril de 2017

SIEMPRE QUEDA LA ESPERANZA

Somos el resultado de nuestros actos. Es evidente que el azar puede afectar nuestro ejercicio vital, pero en última instancia somos nosotros los que decidimos nuestro derrotero. Es común creer, sobre todo cuando nos sobra juventud y nos falta experiencia, que podemos controlar nuestras acciones y minimizar las consecuencias de estas. Muy tarde la vida nos enseña que no es así. Ninguna mala acción  puede dar origen a resultados buenos. Al fin y al cabo, todo hecho es producto del material del cual está constituido. Y si lo que resumamos es mentira, odio, manipulación e infidelidad; el resultado es necesariamente dolor, ira, decepción y soledad. Pero independientemente de las consecuencias, siempre es preciso hacer un alto en el camino, evaluar el estado de la situación y perdonarnos. El perdón incluye el arrepentimiento, el reconocimiento de la mala obra y por supuesto el aprendizaje para evitar la reincidencia. Esto puede traducirse en un simple ejercicio retórico si no hay claridad y transparencia en la voluntad de cambio.


Los caminos para este cambio también enseñan. Muchas mascaras se caen. Al final descubres quien te amó con todos tus defectos y quien solo dependía de una apariencia, de un icono. Las inconsecuencias, los abandonos, los desplantes también son parte del nuevo acerbo  que debes afrontar. De lo que hay que cuidarse es de no perder las perspectivas, no asumir fantasmas de persecuciones imaginarias, de supuestos complots que te hacen a ti el blanco perseguido. Es esta una sublimación del sentimiento de culpa. Es imprescindible asumir las consecuencias, pero no quedarse en el atolladero. La vida, enriquecida con la experiencia, debe continuar en búsqueda de una felicidad preterida pero no negada, posible en la medida que saldes tus cuentas con el pasado inmediato. Lo más difícil en esta coyuntura es el examen de nuestros actos con la mayor sinceridad posible. No buscar atajos de justificación burda, el reto y el camino es reconocer que hemos equivocado la senda transitada. No hay vuelta atrás. El tiempo  es irreversible, y con él todo el aparataje de vivencias, acciones y decisiones que asumimos y desembocaron en la crisis de vida. Es vital darle oportunidad a la esperanza, a la posibilidad de mejorar. En alguna ocasión, alguien escribió que nuestra vida es lo que somos en cada momento final, no somos el dolor pasado, la culpa anterior, el error cometido y superado. Es el aquí y el ahora lo que configura nuestro hacer, nuestro ser. De ahí la importancia de deslastrarnos de las cargas que no ayudan. Una vez llegado al final del viaje, no se sostienen las maletas. Lo que aconseja esto es iniciar nuevamente un camino, ligero de  equipaje.

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