jueves, 7 de agosto de 2008

CAMINOS DE OSCURIDAD

En el año de 1991 se destapó un escándalo de imperecederas consecuencias en la estructura financiera mundial y en la credibilidad de los órganos contralores tanto públicos como privados. El Banco de Crédito Comercial Internacional (BCCI) se declaró en quiebra. Alrededor de trece mil millones de dólares habían desaparecido. Las firmas de auditoria Price Waterhouse y Ernest and Young, encargadas en los años precedentes a la debacle, de la revisión de dicho banco fueron demandadas por los acreedores por un monto cercano a los once mil millones de dólares. Previamente se había vivido la caída de Banco Ambrosiano, ligado con las finanzas del Vaticano y donde el hueco fue de más de mil millones de dólares. Posteriormente hubo el fracaso de otros bancos, tales como los ocurridos en Venezuela, con el Banco Latino como principal protagonista seguido por una cincuentena de instituciones financieras. Estos son un mínimo ejemplo de los hechos de corrupción que se han revelado y que reflejan los comportamientos sintomáticos de entes económicos donde el poder y la riqueza se apareja con el delito. Lo notable es que este tipo de organizaciones están sujetas a numerosos mecanismos de vigilancia y aun así se presentan estos bochornos hechos.

¿Qué sucede cuando no existan los mencionados mecanismos de control? Cuando un ente es manejado a discrecionalidad por un gobierno o sus delegados, no hay ninguna garantía de transparencia. Aunado a esto, en un marco jurídico incierto, donde existen contradicciones doctrinales entre la Carta Magna y las leyes instrumentadas vía ejecutiva, y entre cantos y media noche se impone una reforma previamente rechazada por la mayoría. El futuro del sistema financiero en esas condiciones es un garantizado camino a la bancarrota y a la convulsión económico-social. Dentro de este marco, seria previsible la reacción de los ciudadanos para advertir del mal camino elegido. Pero no hay respuesta. Por un lado, los lideres opositores embarcados en una campaña electoral donde cualquier victoria será pírrica, en caso de poder llamarse victoria, y por otro lado los seguidores gubernamentales inocentes narcotizados por ideologías decimonónicas y totalitarias; y los no tan inocentes miembros de la nueva elite del gobierno, ocupados en el reparto y disfrute del Festín de Baltasar.

No hay finales felices sin el trabajo creador, la educación critica, la libertad de conciencia y la acción honesta y sincera en búsqueda de caminos donde quepan todos. La retaliación, la venganza y el crimen ni siquiera garantizaron el éxito de las familias mafiosas del crimen organizado. Jamás podrán constituirse en una ideología política para todo un pueblo

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