Uno de los anclajes más sólidos para la vida del ser humano lo representa una mínima seguridad y certeza mental sobre el diario acontecer. No se trata de un plan seguro de acción milimétricamente orquestado pero al menos que se cuente con la posibilidad de atender a los cambios del entorno con un mínimo de conocimiento, sin angustiosas incertidumbres, con la prevención de su impacto en el corto plazo.
Es evidente que la cohesión social no se fundamenta en la exclusión. Cualquier discurso de hermandad, de asociatividad comunitaria debe materializarse en la práctica cotidiana, en el sentir y hacer para las causas comunes donde quepan todos. No es creíble ni posible una unión vecinal o comunal en la abismal y brutal segregación por raza, condición social, resentimiento o divergencias ideológicas. El disparate de construir una sociedad plural que pase por la anulación de la autonomía del individuo y la negación de la autorrealización personal por el absurdo igualitarismo “por abajo”, son garantías seguras de sangre y miseria. La construcción de una sociedad mejor no puede ampararse en la supuesta condición imprescindible de nadie, en el dogma de una verdad única y en el secuestro de la institucionalidad, con la inopia argumentación de salvaguardar el camino hacia una futura y sospechosa sociedad mejor.
No existe felicidad posible que nazca sobre un río de sangre, de opresión y persecución, de impunidad y lenidad. La posibilidad de supervivencia pacifica pasa por una democracia autentica, sin hipocresías, sin delincuencia tolerada, ni persecuciones por razones de conciencia y el irrespeto permanente del otro.
Aunado a esto, la rendición oportuna de cuentas por los funcionarios temporales encargados del manejo de la cosa pública y de las riquezas de la nación debe estar amparado en un marco legal con los suficientes contrapesos que limiten un poder que se pueda convertir en omnímodo e infinitamente corruptor y corrupto, con el consecuente proceso de dilapidación del patrimonio de todos.
La carencia de una seguridad mental, la ausencia de una verdadera sociedad inclusiva y la anulación del individuo en su potencial de ciudadano son los caminos equivocados que garantizan una corrosiva crisis que deja de ser únicamente política y se adentra en lo que algunos estudiosos llaman ruptura de identidad social. En la Historia no hay segundas oportunidades y la pérdida de estas se pagan a largo y muy sufrido plazo. También es cierto que cada uno de nosotros debe contribuir al logro de las condiciones mencionadas. La espera de Mesías que se abroguen de manera paternalista la acción que corresponde a cada uno de nosotros es hipotecar nuestra independencia y endosarle a una persona, limitada y falible lo que en sustancia corresponde al ámbito personal e inalienable de hombre y mujer libre
sábado, 6 de junio de 2009
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