martes, 1 de julio de 2008

EL MIEDO A LAS ETIQUETAS

La manía de inventar palabras para llenar un discurso que por anacrónico e insostenible, parece ser la moda de los autodenominados inteligencia. “Cambio epocal”, “crisis cilivizacional” y otras monsergas por el estilo adornan a los anteriores marxistas leninistas devenidos en socialistas bolivarianos o con mayor elegancia, en postmodernos de “izquierda”. Y aquí radica la peor de las situaciones. El miedo a las etiquetas. Los que alguna vez albergaron (¿o albergamos?) honestamente la esperanza del cambio revolucionario, del vuelco de una sociedad esencialmente injusta y explotadora por otra solidaria e igualitaria en oportunidades, se encuentran en una encrucijada nefasta. Si reniegan de su fracasado sueño, son de “derecha”, vendidos al imperialismo. Pero si se mantienen en la vieja ideología retrasada y errónea, se saben momias políticas y negadoras de la esencialmente totalitaria aventura. La única opción es la de los “discurseadores de oficio”, los impolutos, los puros, los portadores; antes del dogma ortodoxo; hoy del verdadero camino libre de desvíos y una vez corregida la herejía de los antiguos padres (Lenin, Mao, Stalin). Esta agrupación de intelectuales que lanzan sus dardos gramaticales, por ratos contra el gobierno y otros contra la revolución (¿o es lo mismo?), siempre contra el imperialismo, han medrado oportunamente a la sombra del poder de turno, criticándolo o loándolo. Lo mas cerca que han estado de la pólvora es cuando presencian los juegos artificiales de las celebraciones de la nueva historiografía patria. Una dialéctica, que como siempre, ha servido para justificar todo y para construir nada.

Tarde o temprano todos los que se atreven a pensar distinto son etiquetados. O ignorados, en una especie de mafiosa ley del silencio. La dicotomía perversa se mantiene en nuestro tiempo. Nos guste o no, la tendencia a comprometer, a clasificar o a etiquetar se mantiene. Se discute el formato de lo que se dice y no el fondo de los planteamientos. Es una agotadores e infructuosa pérdida de tiempo tratar de ubicar el adjetivo que aplica. Y mientras, el viejo y el no tan nuevo status se mantienen con ínfulas de perpetuidad

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