Las formas distintas de sociedad, de vida en común, de modos de producción, de nuevas formas “societales” han llevado al mundo occidental y a una que otra comunidad asiática al ensayo de nuevas formas de asociación o, al ya en desuso, “modelos” socioeconómicos. La manera en que se ha acometido estos cambios, sobre todo los autodefinidos como revolucionarios, han sido mediante el uso, en variable grado, de la violencia, de la fuerza, antes o durante la gestación y nuevo parto de la Historia . Acá no se pretende exorcizar viejos demonios ideológicos sobre la conveniencia, aceptación o negación de este recurso. Al cabo nos queremos referir más a la voluntad de la acción y de sus consecuencias. No se trata de defender la tesis de “las condiciones objetivas” del marxismo de los años sesenta del pasado siglo, pero si de una revisión somera de las consecuencias desastrosas de los ensayos sociales, aun con la mejor de las intenciones. Citando a Krygier (2008), recordaba que “el renombrado pensador Antonio Gramsci señaló que los cambios no se pueden imponer simplemente porque se deseen aplicar, sino siempre y cuando sean necesarios, como resultado de la inmensa interacción de naciones y culturas”. Nadie puede negar, con sensatez y sinceridad, el derecho de los individuos, de los pueblos y de las culturas a propiciar los cambios que sean perentorios para el logro de sus más altas realizaciones o la búsqueda de la equidad, la justicia y la felicidad, todo esto dicho sin intención retórica. La interacción para ese cambio, no puede estar centrada en la voluntad de iluminados y caudillos, que a la larga degeneran en autoritarismo y tiranía o en improvisación y represión; cuando no en una letal combinación de estos ingredientes. También es obligante decir que la cooptación por intereses corporativos puede dar al traste con los cambios deseados. Todo esto pidiera hacer pensar en la imposibilidad de mejoras o a la asunción de una apatía militante. Sin embargo, la percepción e identificación de los hechos contribuye a entenderlos y enfrentarlos.
Todo cambio genera un rechazo, cuyas razones sistémicas han sido estudiadas en diversos ámbitos. Pero el logro del primero no depende de voluntarismos ni de iluminismos. Es preciso que todo cambio, sobre todo a nivel social lleve la impronta de la identificación de los intereses en pugna y el logro de la mejoría para la mayoría, no la hegemonía de elites que se designan como la vanguardia de esa masa informe y/o multiforme llamada pueblo. La extrema falacia de estos cambios deriva en aberrantes cultos de la personalidad y de idolatrías tan exóticas, por usar un eufemismo anodino, como las rendidas en su época a Mao, Kim Sung o Eva Duarte, en diferentes contextos históricos, pero con los mismos atributos de lo absurdo.
Lo más dramático es que este designio de los cambios tienen un horrendo balance de varios costos, entre los que pidiéramos destacar dos de muchos otros. En primer lugar, el costo social representado en campos de exterminio, GULAG, centros de reeducación o en la pura eliminación física de los disidentes. Dentro de este contexto surge la variante del Estado Policial, cuando el gobierno que representa a dicho estado muestra una incapacidad manifiesta de proporcionar una institucionalidad legal de protección a sus ciudadanos y apela a la transferencia del problema a la policía, para actuar por su cuenta en la restitución de la seguridad perdida. De esta manera, este órgano policial pierde su función de instrumento para afirmar la Ley y se convierte en una autoridad dominadora, sin contrapesos que la enfrenten, de donde se deriva el abuso y la barbarie. En todo caso lo hasta aquí sostenido no se trata de una ingenuidad política o de una torva argucia ideológica incitada por oscuras fuerzas imperiales. Es la minima lección que podemos entresacar de esa lucha maniquea en la cual se ha intentado clasificar la realidad del mundo durante todo lo que va desde el siglo XIX a esta fecha.
En segundo lugar, el costo económico de una reconstrucción de acervo de riquezas materiales que se pierden en ensayos fallidos del nuevo paraíso soñado por los voluntaristas, de los recursos dilapidados en la propaganda de las supuestas bondades y solidaridades de los nuevos amos del poder para al final descubrir que, al decir de Lampedusa, se cambió todo para no cambiar nada
miércoles, 11 de agosto de 2010
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