Las discusiones sobre la complejidad y el pensamiento único adolece de una grave marca o estigma: su vacío de consecuencias. El carácter de tertulia entre adversarios ideológicos no termina de romper el celofán de la profunda crisis de humanidad que lleva más de quinientos años. Que si es la Modernidad o no, notifica que es innecesario caer en el torneo logorreico que ha llenado de libros los anaqueles de la mayoría de las bibliotecas del mundo. La reflexión necesaria y aportadora de nuevas ideas no llenan la barriga de los hambrientos, no curan alas victimas de las endemias, no evitan la destrucción suicida del planeta, no previenen las guerras de “baja” o de “alta” intensidad, no defenestran gobiernos ni eliminan injusticias. Hay un sistema que se ha mantenido, execrable, con resultados en riqueza, consumo, muerte, injusticias, colonialismo, etc. Pero aun sigue vivo. Y lo grave de todo es que no se asoma nada mejor después de los ensayos fracasados del socialismo real. No es momento de anacronismos, de rescate de doctrinas fracasadas, de ideologías totalitarias y castrantes. Si dotar al hombre de un plan de acción y pensamiento liberador se llama ideología, habrá que crearla, buscando salidas que curen, que solucionen y que den sentido al accionar del hombre como especie… biológicamente…filosóficamente.
No hay nada más aberrante que convertirse en la conciencia moral o intelectual de un país. Esa pareciera ser la búsqueda de los propiciadores de debates inútiles. No es que se intente rescatar otro fósil tal como el utilitarismo. Se trata más bien de percatarnos del hecho que mientras se habla de los proyectos de construcción de mundos distintos, se nos está cayendo a pedazos el único que poseemos y con el cual aún contamos.
sábado, 28 de junio de 2008
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